Conocemos, afortunadamente, la historia de los sucesos de todas clases ocurridos en Tenerife, porque hubo algunos insignes varones que la escribieron. Entre otros, están Antonio de Viana, fray Alonso de Espinosa y fray Luis de Quirós. Forman una triple corona. La historia de la aparición, culto y milagros de Nuestra Señora de Candelaria, dio ocasión al Poema de Viana, que se descolgó de ella, para honrar apellidos y rehabilitar hazañas. El tríptico lo cierra el padre Quirós con su Breve Sumario de los milagros del santo Cristo, escrito entre 1607 y 1609, y publicado en Zaragoza en 1612. El esforzado Juan Núñez de la Peña, ampliaría nuestros conocimientos cuando publicó en 1676, la «Conquista y antigüedades de las islas de la Gran Canaria»... 

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Septiembre es mes dorado; el sol benigno y las hojas amarillas, le dan tonos regios. Es el mensajero del otoño, y triunfa con las mieses recién segadas, y las parras ubérrimas. El pan y el vino. Las frutas tiene sabores de decadencia y las flores brillan ansiosas porque adivinan que llega el invierno, y habrán de morir. Septiembre es el mes de las exaltaciones, entre ellas, la de la santa Cruz.

Los laguneros mantenemos la devota creencia de que la escultura del santo Cristo, ofrece durante las fiestas septembrinas, brillos más claros que cuando en la semana santa, el Viernes Santo del sacrificio, en que está más cárdeno, más oscura, en el misterio de la muerte.

¿Cómo lo vieron los ojos del P. Quirós? Poseo la íntima seguridad de que con mucho amor, y el amor cuando es puro brilla como el oro. No sé si el franciscano que fue por 1608, provincial de su Orden en Canarias, era alto o pequeño, grueso o magro, pero tengo claro que fue inquieto, fervoroso, incansable en la busca de noticias que le confirmasen el conocimiento de los milagros que los devotos del santo Cristo conseguían por la intercesión de la sacra imagen... Margarita Tejera, que curó de un mal en la vista; Beatriz Martín, viuda y tullida; el peligro de los piratas holandeses; la langosta, la sequía; Andrés Gallardo, que cayó por la barranquera... 

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Se acercan las fiestas en alabanza del santo Cristo de La Laguna... Nos podemos preguntar: ¿Ocurren ahora milagros conseguidos a través de la devoción hacia Él? Hay una copla, muy sencilla, que es oración y también latido fervoroso; en sus versos está la esencia de lo maravilloso, semilla de los milagros:

«Al Cristo de La Laguna,
mis penas le conté yo,
sus labios no se movieron,
y, sin embargo, me habló.»

Quizá ahora no seamos dignos de que el Creador, nos regale hechos extraordinarios, que no nos merecemos por nuestra postura engreída y positivista, pero cuando vuelvo de la capilla, en la que he visto brillar los ojos y temblar los labios de los fieles, que le dicen sus penas; cuando los veo arrastrando las rodillas hasta Él, siento la obligación de creer que hay algo que está por encima de nuestra naturaleza mezquina, que se introduce en las almas con inexplicable poderío... «Sus labios no se movieron,/ y, sin embargo, me habló.»... Sus labios, que me hablan... sus ojos cerrados que no me ven, pero que me miran y conocen lo más oculto de mis pensamientos... sus manos que están clavadas a la madera y me aprietan el corazón... 

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Cada súplica es deseo, esperanza y ansiedad; es demanda. Sabemos muy bien pedir.

El acto de ponernos de rodillas, delante de su imagen fervorosa; el hecho de humillarnos ofreciéndole nuestro orgullo a través de las oraciones, ya es un milagro.

Es el milagro de cada día.