El primer apoderado y protector de los agricultores en el año 1779 fue el marqués de Villanueva del Prado 

La ciudad de La Laguna contó en el pasado con una Hermandad de Labradores, cuyo primer apoderado y protec-tor fue el marqués de Villanueva del Prado. Aquel año, el referido marqués perteneció a la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, la cual, dado que uno de sus objetivos era el fomento de la agricultura, acordó, en la sesión del 17 de julio de 1779, convocar al director, algunos agricultores y socios del ramo del agro para tratar la creación de la Hermandad de los Labradores. 

Depositaron la confianza en su protector y pidieron a la Económica que redactara los estatutos. Los representantes de la Económica, para aumentar los fondos de la Hermandad y dado que ésta tenía una utilidad pública, acordaron dar a los labradores la suerte de tierra de que disponía para su disfrute.

La Real Sociedad cedió el terreno, a pesar de haberlo recibido con beneficio de dos fanegas de trigo anuales y tener construido en dicho terreno una casa y comenzado los trabajos de cercar la propiedad, así como haber destinado algunos cultivos con destino a experimentos que no se realizaron por falta de semilla y aperos mandados a traer del Norte y cuya llegada había impedido la guerra. 

El 7 de diciembre de 1779, acudieron los labradores al referido terreno con 21 yuntas para sembrarlo de trigo. Los agricultores que pertene-cían a la hermandad debían guardar, exactamente y escrupulosamente, sus estatutos y gozar de sus privilegios. 

Al morir un labrador, la Hermandad se encargaba de la educación de sus hijos 

El objetivo que perseguía la asociación era, según destacan las constituciones, «auxiliarse recíproca y caritativamente, socorrer las urgencias del necesitado, fomentar y perfeccionar la agricultura, y mantener la paz, amistad y buenas costumbres entre los hermanos labradores». 

Los oficiales de la Hermandad de Labradores fueron un protector, un coadyutor, un viceprotector, dos mayordomos, un secretario y un depositario. Los labradores contribuían a la hora de entrar en la Hermandad con una fanega de trigo doble los mayores y, anualmente por el tiempo de la cosecha, otra fanega, reservándose el aumento de la contribución para cuando la agricultura estaba más floreciente. 

Para ser admitido en la Hermandad, había que ser labrador, poseer una, dos o más yuntas, arado y los aperos correspondientes. En dicho caso, el candidato entraba sin necesidad de votación secreta. En el libro de registro figuraba su nombre y el día en que fue admitido, anotándose al margen su muerte o exclusión. Los labradores tenían facultad para elegir y nombrar entre los miembros de la Económica a un protector, cuyas obligaciones eran presidir las juntas y fomen-tar la Hermandad y sus objetivos. 

También daban cuenta a la Real Sociedad cada cuatro meses de los cultivos, experiencias, prácticas y estado de la Hermandad y lo que se acordaba en sus juntas, «añadiendo -dicen los documentos- sus reflexiones y cálculos, a fin de que en la Sociedad se conferencie y promueva el aumento de la labranza, y los medios de perfeccionar la cultura, procurando introducir y experimentar las reglas que proponen los más recomendables autores para acrecentar las cosechas y mejorar sus frutos». 

El mayordomo de la Hermandad cobraba las contribuciones, solicitaba fondos, y distribuía las ayudas, es decir, manejaba los fondos monetarios. El sobrante que había cada año se ponía en un arca de tres llaves, que guardaban el depositario, el mayordomo y el protector. En su interior estaba el libro en que constaban las partidas que se sacaban y entraban. Las juntas de la Hermandad tenían lugar en la casa del protector. El caudal sólo estaba a dis-posición de los labradores, sin que se pudiera invertir en otros destinos que la propia utilidad del gremio. Cuando, por enfermedad, a un labrador le acaecía una pérdida notable, se le socorría, librándole la junta por acuerdo formal lo que estimara oportuno, según lo permitieran los fondos. Si la hija de un labrador contraía matrimonio con un campesino, recibía seis fanegas de trigo para semilla y 40 pesos para «telar, torno y avíos». 

Al labrador que, por pestilencia u otra desgracia, se le morían sus animales de labranza, se le ayudaba con el caudal de la Hermandad, «atendiendo al mérito del labrador para que tome otros, y no omita sus labores por falta de animales». Si moría un labrador y dejaba hijos pequeños desamparados, la Hermandad cuidaba de su crianza y educación, procurando que aprendieran la doctrina cristiana y a leer y escribir. También se socorría a las viudas sin bienes y a los agricultores cuando el año era malo y no se obtenía semilla, a lo que se hacía frente con el fondo de la Hermandad. Los objetivos eran ayudar al necesitado, fomentar la agricultura y mantener la paz entre los campesinos