"Una Locura de Amor"

Hace muchos años -contó un viejo cofrade- Dios sembró amor en el corazón de Tenerife, siendo La Laguna el jardín donde nacieron iglesias en las que, por la fe de los laguneros y el arte de los imaginero, florecieron cristos y vírgenes que anualmente dan un fruto que se llama Semana Santa.

De Norte a Sur de su corazón de historia y tradición, La Lagu­na presenta en abril unas calles llenas de miradas, de plata labrada, de flores de la Vega, de oro bordado o cincelado, y de devoción con cruces envueltas en aromas de jazmines y brumas de incienso.

Y es lógico tanta belleza, porque la Semana Santa de Le Lagu­na es el más emotivo latido y la más cumplida escenificación isleña del dramatismo deicidio del Gólgota. Una tradición sobria e impresionante con un silencio suspendido en el que el murmullo se hace oración, invitando a meditar el misterio de la Pasión. Todo ello difundido en tronos que son madrigales de luz y elegancia, cunas para dormir le pena, altares andariegos que pasean por la ciudad la más rica imaginería canaria de artistas de la talla de Láza­ro González de Ocampo, José Rodríguez de la Oliva, Luján Pérez o Fernando Estévez. Todos ellos hicieron unas imágenes que más que tormento muestran dulzura, ya que en sus corazones el amor pudo más que la sangre.

Qué Semana santa la lagunera. Los cofrades envueltos en hábitos de tristes colores. Capirotes como cilicios atormentando la frente y le respiración. Cirio al costado. Cruz el hombro o pie descalzo agradeciendo el favor concedido. Amor y vida en las ace­ras y muerte y atracción en las calles. Elegancia de mantilla y mujer hermosa. o estreno de un traje, la joya más fina y la más profunda fragancia de espiritualidad. Las lágrimas de los cirios se convierten en las estrellas de la tarde, y el  «Recordatus est Petrus», en el canto del corazón. acompañado del redoble del tambor.

Así es La Laguna en Semana Santa, fecha en que se divinizan las calles por la paz, y en los muros parroquiales y conventuales, como decía el poeta Luis Alvarez Cruz, «brotan las llores, que vie­nen a ser, más que llores, plegarías hechas flor».

La Semana Santa lagunera es también un perfume que embriaga el corazón más que el olfato. Y lo consigue con sus diferentes fragancias, como la de la gota de cera que recorre la vela, solidificándose, a lo largo de su esbelta figura. en caprichosos ornatos. Una cera que despierta la plata o el oro del candelabro o mantiene viva la luz de promesa de la abuela dentro del tradicional cucurucho de papel. A veces, la brisa se une al desfile procesional y, recordando el santo Calvario, hace que muera la luz de la candela, cuyo pabilo eleva al Ciclo pequeñas y enlutadas nubecillas de humo, que son señal de sufrimiento por la muerte de Jesús.

Remontándonos al pasado de las velas, allá por d siglo XVI. localizamos a Diego López, quien, antes de morir, dispuso que los cofrades de la Sangre lo acompañaran en su sepelio con velas encendidas. Otros, como Alonso Alvarez, sólo admitieron ser enterrados por la Cofradía de la Misericordia, prometiendo ser hermano y cofrade de la misma.

La Pontificia, Real y Venerable Esclavitud del Cristo, en sus orígenes, disponía que los nuevos esclavos entregaran una vela de cera de tres libras y, unos días antes de la Semana Santa, dos pesetas y cincuenta céntimos al encargado de la cera para comprar hachas nuevas.

También hubo velas a las que se les dio un nombre, como «La María» que encendían las Clarisas cuando estaban próximas a pasar a mejor vida.

A veces, el olor de la cera recién quemada se abraza a la de la azucena, tal y como ocurre, por ejemplo, en el Real Santuario de San Francisco, ante cuyo Cristo moreno, brota el rezo, hecho canción: «Con una vela encendida/y el perfume de la azucena./en mi La Laguna querida/al Cristo de ter morena/siempre le entrego la vida».

Pero cuando mas huelen las iglesias a cera es en la tarde del Jueves Santo, al abrir sus puertas para admirar los Monumentos, verdaderas obras de arte con las que se sacana a la luz pública los ornamentos más antiguos que, combinados con porcelanas, andas, frontales, jarrones o damascos, escandilan nuestros ojos con el brillo de la plata al contacto con las lámparas de los templos. Esta tradición tiene en La Laguna un esplendor dificilmente igualado, con entregas tan hermosas como la de Sor San José, que nunca se cansó de mimar en el pasado su almendro del convento de Santa Catalina, cuyas flores blancas y azules eran su ofrenda más sentida para el Sagrario del Jueves Santo. Los Monumentos de Aguere se juntan en el día solemne para dar vida al gran Tabernáculo glorioso. a través del cual se eleva. al Cristo de las alturas, el arte lagunero como expresión del fervor de cada uno de los vecinos que, una vez al año, se convierten en orfebres para que no decaiga una tradición única y orgullo de la Iglesia Católica Española, según destaca el marqués de Lozoya y Darlas Padrón. Elegancia, riqueza, suntuosidad y delicadeza se puede admirar en los Monumentos de la Semana Santa de La Laguna, entre los que, por su curiosidad, destaco el del convento de Santa Clara. donde una de sus religiosas me dijo, hace años, que el arca donde se pone al Santísimo Sacramento fue donada por la reina Isabel II a los Padres Franciscanos de Lanzarote, quienes. a su vez, la dieron al monasterio de las Clarisas.

Aquella religiosa de clausura me desveló cómo pasaban el Viernes Santo: «Este día es para nosotras plenamente de oración y de sacrificio. No tenemos hora para levantarnos. Permanecemos en vela ante Jesús. A partir de la visita del Santísimo Cristo de La Laguna. empezamos nuestros actos. como el ejercicio del Vía Crucis, el canto de Laudes, y el rezo del oficio de Lecturas y Horas Menores. Transcurre la jornada en oración y rezo. Resaltamos la importancia que para nosotras tienen los oficios litúrgicos de este día, que, como los del Jueves Santo. preparamos con esmero. También tenemos otras costumbres, como comer de rodillas el día del Jueves Santo y suspender el recreo durante toda la Semana Santa hasta el Aleluya Pascual. Para nosotras este día es vivir y expresar nuestro amor y nuestra gratitud a Cristo sacramentado, precisamente en el día que El cometió esa locura de amor de quedarse para siempre con nosotros, instituyendo la sagrada Eucaristía».

Y aquí es a donde quería llegar, porque. utilizando las palabras de la monja Clarisa, creo que la Semana Santa de La Laguna es una locura de amor, que, cuando niño. me hacia convertir las cajas de zapatos en los más bellos pasos procesionales de una época que añoro. Por eso pregono esta Semana Santa, no por un compromiso adquirido ni por enriquecer mi curriculum, sino por ser una celebración que llevo muy viva en lo más profundo de mi alma lagunera.

Este año, mis buenas amigas las Siervas de María de La Laguna, ejemplo de caridad, han celebrado el 25 aniversario de la canonización de su fundadora, Santa María Soledad Torres, por lo cual traigo a la memoria a la Sierva María Piedad, quien, evocando las palabras de San Pablo a los Corintios, dijo que la Cruz de Cristo es motivo de escándalo para los judíos y parece locura a los gentiles, una locura de amor a Dios y a las almas, como añadía la religiosa. 

Estamos en la parroquia de Santo Domingo, de la Orden Dominica de mi protectora Sor María de Jesús. a la que, como en mi caso. tanto quiso el corsario Amaro Pargo, cuyo recuerdo vaga por este templo. No deja de ser significativo que también la Sierva de Dios, camino ya de los altares, enfermara de amor, como dijera uno de sus biógrafos. Una locura de amor para luchar por la salud del prójimo, la gloria de Dios y encender en nuestras almas sensibilidad y caridad.

La Semana Santa de La Laguna es una locura de amor, sentimiento que. como me enseñó el padre Julián de Armas, nos hace libres y felices. Por ello os animo a que dicho amor, en sana locura, sea grande como cl corazón de Cristo. el más grande y hermoso corazón que ha latido en el mundo.. el que -sigo con las palabras de Julián de Armas-- «todo el amor de Dios se encierra y en el que vierten todas las lágrimas. sentimientos y esperanzas de los hombres. Un amor que nos lleva a dar poco a poco. gota a gota, la vida por el otro, ya que nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos».

Y con ese amor quiero llevarles, en procesión de recuerdos. por la Semana Santa costumbrista, anecdótica y milagrosa del pasado lagunero, época del alquiler de sillas en Almacenes Ramos para la Procesión Magna del Viernes Santo, de adorno de las fachadas de las casas con crespones negros, dé toque de la matraca, de la entrega de las llaves del Sagrario a los corregidores el Jueves Santo. del Cristo del Rescate pidiendo a una lagunera que evitara su venta, y de aquel Nazareno en peligro entre las llamas del incendio de la iglesia de San Agustín en 1964. que. según los versos de la época, «fue cargado/a hombros del laguneroly entre Mansas fue salvado/el rostro conservó entero/quemado llevó el costado».

Víctor Pericano fue un personaje popular que se encargaba de llevar a su casa el Judas del paso de la Santa Cena, el cual enrrollaba en una toalla para, camino de su hogar, recorrer las tabernas en las que tomaba el aguardiente de una manera muy curiosa. Pedía dos vasos, ofrecía uno a Judas. se tomaba el otro y, tras un descanso, se bebía también el del malévolo apóstol, mientras decía: «Si, disimula, grandísimo borracho. quieres engañar a estos niños. pero de nada te vale».

Aquellos chicos eran los que corrian detrás de Víctor Pericano para que les enseñara el Judas y los mismos que acudían, en la Pascua de Resurrección. a las iglesias de la Concepción y San Agustín para ver quemar al Judas haraganes, como el que, en 1752, hicieron los parroquianos de la Villa de Arriba, vestido al siglo XVIII, con casaca, medias blancas y una gran lengua. 

Aquel año llovió y, al ver que la población se podía quedar sin el espectáculo, el beneficiado de la Concepción ordenó al sacristán que colgara el Judas de la Torre. Al final, salió el sol y. por deseo del público, el Judas fue quemado. dando a conocer a todos la sorpresa que guardaba. consistente en la aparición de la silueta del Judas y el diablo montado sobre sus hombros, en una actitud de ahorcarlo, saltando sobre él y levantándose.

El siglo XVIII, de esta tradición. fue testigo del estreno en la Concepción de un pabellón de Clarín de plata para el Monumento y dalmáticas para los monigotes, de la salida de la Virgen de los Remedios en rogativa con túnica violada y manto de color ceniza, de la obligación -para comer carne en Cuaresma- de dar dinero los ricos a los pobres y de rezar los necesitados, y de aquella Semana Santa de 1780 tan agitada ante la plaga de langosta con novenario y procesión de San Plácido.

Esta noche también quiero recordar otra locura de amor, como fue la Madre Santa Florentina, monja del convento de Santa Catalina, que destacó por su gran entrega a Dios y a la pobreza. En su vejez sufrió la enfermedad de la lepra con extraordinaria tolerancia. Entró en fase de gravedad y la trasladaron de su celda a la enferrmería. Un Viernes Santo, a las 3 de la tarde, cuando pasaba la procesión del Entierro de Cristo por dicho monasterio, aunque estaba con algunos paroxismos, abrió repentinamente los ojos y se golpeó en el pecho diciendo: «Oh Madre, que afligida y dolorida viene, vestida de negro luto», y se extrerneció derramando muchas lágrimas.

Preguntándole algunas religiosas qué era lo que decía, les respondió: «¿No ven a la Vigen Santísima que está vestida de luto por la muerte de su Hijo?», Se quedó en exaltación y amaneció así hasta el tiempo del Aleluya.

Volvió a abrir los ojos, se golpeó y manifestó: «¡Qué linda y qué pomposa! ¿No la ven, madres? ¿No la ve.? ¡Madre, Madre!» Diciendo esto. al tiempo que repicaban en todas las iglesias el Aleluya, murió quedando su rostro hermosísimo y blanquecino, siendo asi que antes lo tenía afeado por la lepra.

Las religiosas cantaron los Maitines de la Resurrección con el cuerpo presente. Afirmaron muchas monjas que tenía el rostro tan alegre que parecía que estaba viva, festejando el regocijo de aquel Viernes Santo del que había sido devota toda su vida.

Estando el féretro, una religiosa lega que la había asistido en sus achaques y muerte, se acercó a ella y, pidiéndole la encomendara al Señor y no se olvidara de su Sierva, metió sus manos debajo del escapulario, para apretarle las de la Madre Santa Florentina, y las encontró desatadas. aunque se las había atado con anterioridad. La difunta, en prodigioso milagro, aprontó las manos de la lega, como prometiéndole cumplir su petición. 

Santa Florentina murió en 1647, casi a los 80 años de edad, y en 1689, al abrir su sepulcro, salió una música suavísima de arpas y otros instrumentos.

Esta religiosa fue testigo de dos tradiciones relacionadas con el Cristo de La Laguna. La primera de ellas se refiere a la cruz de cuatro varas de alto, hueca y con lámparas de cristal, que colgaba en medio del crucero del Real Santuario de San Francisco desde el Jueves hasta el Viernes Santo. La otra costumbre tiene por protagonista a la Madre San Jerónimo, que tenía dos sábanas. muy delgadas y limpias, que llevaba al convento franciscano para bajar al Cristo con tanta delicadeza como ese Teide del poeta Ramón Cité, que, «en alto, despliega, bordada en mardos de hielo, la sábana que sus nieves dan para el Descendimiento». Emotivo acto ante el que nuestra monja de clausura rezaba: «Cristo mío lagunero, Dios y hombre verdadero, en quien creo, espero y amo, dame las luces que necesito para que, conociendo vuestra grande, pueda tener conciencia de mi pequeñez».

Y precisamente con la claridad demandada por la religiosa dominica, os ilumino un último recuerdo, relativo esta vez a la Semana Santa del siglo XIX.

El 25 de marzo de 1858 resultó muy agitado. A las 22,30 horas, unos músicos. por regalarles una onza de oro para comprar un contrabajo, decidieron darle una serenata a Valentín Martinez Jordán, canónigo y profesor de la Universidad de San Fernando. Pero cuando se encontraban interpretando la mitad de su segunda obra, se personó el alcalde Juan Reyes Padilla y prohibió la audición por estar en Cuaresma. Los músicos se dispersaron no sin lanzar al edil una tremenda zumba de gritos y silbidos, que provocó la intervención de los alguaciles.

El 30 de marzo salió lo procesión del Señor de la Columna, de la que se encargaba el canónigo Méndez. Como el paso -conocido antaño con el nombre de Las Damas- había decaído, recorrió la ciudad acompañado de la tropa y banda de música, que estrenó pasodobles de lsidoro Domínguez. La jornada resultó muy calurosa. En el convento de Santa Catalina se celebró una función en la que cantó Sor Santo Domingo Delgado. El alcalde, en plena procesión. dijo a José de Olívera que estaba mirando al que le había roto los vidrios de su casa.

El Jueves Santo se caracterizó porque los Monumentos no sólo fueron visitados por los fieles. sino, además, por el Cuerpo Militar con su nuevo uniforme y el Juzgado Civil representado por escribanos. procuradores y alguaciles, gracias a la iniciativa del juez Muñoz.

La mañana del Viernes Santo comenzó con la brillante oratoria del magistral Silvestre Machado y Barrios desde el púlpito de la Concepción. Por lo tarde, se celebró la procesión del Entierro de Cristo, acompañada de hermandades, cuerpo municipal, tropa y banda de música. Los cronistas de la época echaron en falta la participación del Cabildo Catedral y el clero de la Concepción y los Remedios y criticaron la pobreza de la función del retiro en la iglesia de San Agustín.

Las primeras noches de abril de 1859 se caracterizaron por los ensayos de la música de cuerda para las funciones de Semana Santa, bajo la dirección de Cirilo Olivera.

El día de San Lázaro, un coche de caballos mató al perro de José Olivera, quien, profundamente entristecido. se preguntó: «;Oh Dios! ¿Por qué Tú. que eres la omnipotencia, has querido formar el mundo de este modo? ¿Por qué Tú, que eres la sabiduría infinita, no hicieste la naturaleza sencilla y más perfecta, más conforme y menos contradictoria? ¿Y por qué, en fin. Tú, que eres la bondad por excelencia, te complaces o permites que sufran y padezcan las vivientes y, muchas veces, más el inocente que el culpable, el manso que el feroz, el bueno que el malvado? Pero, ,-ah Señor!. perdóname que yo tal vez no sabré lo que digo. Respeto tus misterios»

El Jueves Santo, el gobernador eclesiástico anunció que era imposible celebrar la ceremonia del lavatorio de los pies por carecer de fondos para vestir a los pobres. La tradición se mantuvo gracias a la aportación de Martínez Jordán, quien. dando media onza, señaló que la costumbre no debía perderse. El ejemplo del doctoral fue seguido por sus compañeros capitulares.

En el siglo XIX también fue cuando Astorga hizo la Virgen de las Angustias de la Cofradía de la Flagelación. Con sus manos unidas, esta Imagen es una hermosa angustia que conmueve al ciudadano feliz y contenta al que le embarga la pena, sentimiento que guarda en su alma abre, esta lección artística de sufrimiento. No sabemos porqué le han clavado un puñal. No hacía falta para hacerla morir, ya que toda ella muere ante la pérdida del Hijo amado. Viéndola en su aureola dorada de erguidas y onduladas puntas, la Virgen de las Angustias viene a ser espejo en el que se reflejan las madres laguneras que soportan la tristeza en el más profundo silencio. Sólo dos veces al año, Martes y Viernes Santo, nos damos cuenta de lo que es un rostro atormentado por el dolor. Esta Virgen lleva muchas cosas prendidas en su encanto de mujer de pátina sacrosanta: las flores de nuestros campos convertidas en plegarias de amor. un pequeño y transparente velo blanco simbolizando la paz que introduce en las almas y un Ciclo que arropa sus espaldas, lleno de estrellas benditas, porque santo es el convento de Santa Catalina. donde profesaba Sor Nieves Aranda, la monja-artesana que, con hilos de oro, dio forma a la constelación que lleva prendida nuestra Virgen en su aterciopelado manto.

Me gustaría que en esta Imagen, en calidad de madre muy amada, viéramos a María. siempre erguida en nuestros corazones y continuamente postrada a los pies de la Cruz que nos ofrece como el más preciado tesoro de vida y esperanza.

Y para acompañar a la Virgen de las Angustias y a las otras imágenes de los diferentes pasos procesionales, el lagunero se convierte en un anunciador del auténtico amor y vocero de la penitencia. La cofradía, a la que rindo homenaje por el auge que ha experimentado en los últimos años, trasciende a la Semana Santa. Va más allá de los siete días procesionales. El cofrade lagunero difícilmente puede distanciarse a lo largo del año de su hermandad. ni olvidar sus sentimientos. La cofradía regula muchas veces la vida misma del lagunero y de su ciudad. Mirando la cara de sus Dolorosas o Nazarenos, el cofrade, oculto bajo el capirote de su hábito, no pierde de vista sus ojos que rebasan la línea fronteriza del dolor físico para penetrar en lo espiritual. en lo eterno. El cofrade lagunero, al recorrer la ciudad, reza y pide por la paz y ayuda para salir del abismo, conservar la esperanza. afrontar la amargura, preservar la salud y saber devolver la alegría. Y lo hace vestido de capuchino o de encapuchado como los cofrades del Lignum Crucis, guardianes de la reliquia de las reliquias: una astilla de la Cruz de Cristo, que pasean por la ciudad como testigo del drama del Calvario.

Qué lejos queda ya. pero qué hermoso, el recuerdo de Jaime Castellano, deseando pertenecer a todas las cofradías de la ciudad antes de morir. o de Diego de Agreda, quien, a principios del siglo XVI, se fue de armada a Berbería, no sin antes hacer testamento para, entre otras cosas, socorrer a los pobres, rescatar a los cautivos cristianos y enriquecer las cofradías de Los Dolores y La Sangre.

Este pregonero que te. habla, como esclavo y cofrade. bajo el palio de sus ilusiones y dada la próximidad de su V Centenario. despierta un profundo deseo de esperanza de futuro para La Laguna, el remanso de los ensueños. la ciudad de la meditación. la incitadora de pensamientos, el rincón de los sosiegos, la Venecia de Canarias por su arquitectura y la Atenas del Archipiélago por su ilustración como dijera Juan del Castillo, el relicario de la fe y la cuna de unos valores que la convierten en capital de la cultura. Y para concluir, permítanme una última locura de amor que considero de gran utilidad para todos aquellos que se sientan solos al llegar el Viernes Santo. Si dicho dia miras a tu alrededor y te das cuenta que nadie te acompaña, abriga tu cuerpo, escoge una calle y, jugando con las adecuadas transversales. traza tu particular ruta hacia el convento de San Miguel de las Victorias. Una vez en su interior, póstrate ante el Crucificado moreno y, en voz baja, despierta en tu corazón los versos de Adrián Alemán: «Señor estoy aquí/junto a tus pies en esta madrugada/porque me siento solo»

No garantizo que, como dice la copla, sin mover sus labios te hable, pero estoy seguro que, si lo miras fijamente, sentirás que el moreno de su cuerpo es carbón que enciende tu corazón, al tiempo que el incienso, el lirio y la azucena te adormecerán haciéndote sentir feliz. Es el milagro del Cristo lagunero que, por la fe, renueva la esperanza de todos los solitarios.

En este instante, mira a tu alrededor y verás que ya no estarás tan solo, pues habrá jóvenes que, como los clavos de su Cruz, clavan oraciones en el Cristo, enlutados Esclavos con velas que lloran lágrimas de cera y abuelas a las que se les oyen las cuentas de sus rosarios como místicas campanillas.

Ellos son los amigos del Cristo lagunero en Madrugada, tus amigos, los que te acompañarán por las calles de Aguere rezando. abriéndote sus corazones y haciéndote partícipe de sus alegrías y. a veces, de una gran amistad. Todos estarán impacientes por salir a la calle y ninguno de ellos sentirá temor por el frío, porque, en la Madrugada del Viernes Santo, como dice Buzón. «El viento se hace canción/y. temblor se hace la brisa/al contemplar tu dolor/que siendo angustia, es caricia/del cristiano corazón».

La caricia es una constante en la Procesión de Madrugada, no sólo por parte de las oraciones que lanzan los fieles con ánimo de que lleguen suavemente al Crucificado, transmitiéndoles deseos o agradecimientos, sino porque el mismo Cristo es una caricia para los durmientes de la ciudad. Fíjate, en esta Madrugada, cómo el Cristo, al contacto con las luces de su trono, abandona su cuerpo de pátina y, convertido en sombra, va cariciando los muros de las casas de Aguere, los cuales traspasa llegando hasta los más recónditos aposentos, dejando, a los pies de sus moradores, su abrazo de amor y protección.

Creo que, como se ha dicho, siempre hay sobre La Laguna unos brazos abiertos, y que en la Madrugada de su Semana Santa, es cuando el Cristo aprovecha para reforzar, a través de su sombra, su abrazo hasta el próximo año. Por algo nos dice el Padre Quirós que, en este dia, es cuando milagrosamente el Crucificado cambia de color y se hace más oscuro y denegrido o de un blanco resplandeciente. 

Así es mi Cristo para cuando te sientas solo un Viernes Santo.

Una noche en la que, como dice Manuel Verdugo, «brillan lo s luceros/que los ángeles encienden/por el Cristo lagunero». El Cristo avanza, solemne, majestuoso, impresionante. Los erguidos y altivos ajimeces vigilan. Son los ojos de los conventos que anuncian la llegada del Crucificado a las Monjas Claras y Catalinas. Cómo mira una abuela al Cristo desde una esquina. El aroma de la ubérrima Vega lo envuelve todo. Un llanto rompe el silencio nocturno. Es un niño que, en brazos que semejan una cuna, se introduce en la tradición del Cristo de La Laguna. El Cristo avanza. Cómo penetra en las almas. Es el perdón, la esperanza, la luz, la fe. Desde su Cruz, si no tienes a nadie y vas este año a la Procesión de Madrugada, el Cristo conseguirá una nueva victoria: lograr que no seas un solitario.

En el libro «El hombre, la piedra y el trino», Luis Alvarez Cruz nos habla de un cantero que se lamentaba al pensar que las piedras que labraba serían siempre anónimas y que nunca ocuparía un lugar preponderante en la memoria de los hombres.

Aquel artesano estaba equivocado, ya que, al menos en La Laguna, los documentos no olvidan la valía de maestros canteros como Domingo González, Manuel Penedo, Jorge Silva, Gaspar Fleitas o Juan González, quienes trabajaron piedra blanca del Roque del Peñón para la iglesia de Los Remedios, piedra roja del barranco de Pedro Alvarez para la iglesia de la Concepción o cantería azul de Tegueste para los principales campanarios y torres de la ciudad. Todas esas piedras y las del resto de los templos laguneros son testigos de que el hombre es como una piedra en la vida y de acontecimientos tan relevantes como los 300 años que, en esta Semana Santa de 1995, cumple la Virgen de la Soledad, bella imagen que hizo en 1695 el escultor José Rodríguez de la Oliva, sustituyendo a otra más antigua a la que se veneraba en el convento de San Agustín, concretamente en el retablo custodiado por cuatro ángeles con vestimentas de color carmesí y dorado por Gonzalo Hernández a petición del capitán Tomás de Castro Ayala.

En el pasado, con gran devoción y derroche de luces, salía de San Agustín la procesión conocida como la Soledad de Nuestra Señora. que, como indica Núñez de la Peña, recorría las calles a la Oración y entraba en su templo al toque de Animas. 

En la actualidad, la Virgen de la Soledad sale en procesión el Miércoles y Viernes Santo. difundiendo su valor salvado del incendio de San Agustín y contribuyendo a que las calles laguneras sean un museo de arte sacro. 

Queridos amigos, juzguen ustedes si la Semana Santa de La Laguna es o no una locura de amor. con los imagineros del ayer entregados en cuerpo y alma a la realización de las más bellas obras de la imaginería canaria: con los personajes populares del recuerdo como Panduro, silbando en la Procesión de Madrugada a su protector «El adiós a la vida», para luego, con lágrimas en los ojos. decirle: «Morenito, soy el pesado de todos los años. Si Tú quieres, hasta el que viene», y con una abuela que Ie arranca al Crucificado de Velázquez los versos de Miguel de Unamuno para dedicarlos a su Cristo de La Laguna como el más preciado tesoro: «Ya ves de qué modo me enlazo a tu suerte./y de qué manera me arrojo a tu herida./Pues si Tú me distes al nacer, la muerte,/al morir, me entregas. Tú también la vida».

Muchas gracias a la Junta de Hermandades por depositar la confianza en este pregonero, que no se olvida de dos capitanes que forman parte del patrimonio de esta iglesia de Santo Domingo, que les caracterizó la devoción y la ayuda al prójimo. El primero de ellos. Juan de Castro. que regaló una lámpara de plata a la Virgen del Rosario, y el otro. Juan Mur y Aguirre, que lo dio todo y pasó incluso hambre por los necesitados, lo que le ha valido que sea recordado en su enterramiento en este templo con el epitatio: «Aclamado padre de los pobres».

Por todo ello, en esta Semana Santa, con el ejemplo de los dos capitanes, deseo tender un camino de fe y forjar un sueño de caridad, y que nos convirtamos en hombres nuevos lejos de la angustia, la injusticia y el odio, y, como prueba evidente de la Resurrección, muy próximos a la entrega en servicio de nuestros hermanos.

En La Laguna, Cristo resucita anualmente a partir de la noche del Viernes Santo. exactamente cuando, con el cantar de las campanillas de su urna de plata, la Cofradía de la Misericordia, envuelta en túnicas blancas y capas moradas, carga sobre sus hombros al Señor Yacente en Procesión de Silencio, mientras la ciudad es iluminada por los cirios y faroles de los penitentes, un momento emotivo en el que, como dice el párroco de esta iglesia de Santo Domingo, Vicente Cruz Gil, «nos sumergimos en Jesucristo para vivir abiertos a su luz, a su anuncio de vida que vence todo lo que hay de oscuridad en nuestros días». Un bello mensaje que nos enseña que Cristo sigue vivo entre nosotros como la más hermosa locura de amor.