LA CERTEZA DE UNA PRESENCIA

 

“¿Yqué me había sucedido? Pues que la distancia entre mi pobre humanidad y ese Dios teórico de la filosofía me había resultado infranqueable. Demasiado lejos, demasiado ajeno, demasiado abstracto, demasiado geométrico e inhumano. Pero Cristo, pero Dios hecho hombre, Cristo sufriendo como yo, más que yo, muchísimo más que yo, a ése si que le entiendo y ése sí que me entiende, a ése sí que puedo entregarle fielmente mi voluntad entera, tras de la vida. A ése sí que puedo pedirle, porque sé de cierto que sabe lo que es pedir y sé de cierto que da y dará siempre, puesto que se ha dado entero a nosotros los hombres. ¡A rezar, a rezar! Y puesto de rodillas empecé a balbucir el Padrenuestro.

Y ¡horror!, ¡se me había olvidado!

Siguió algo extraordinario. Para reforzar la fe recién nacida, Jesucristo quiso tener conmigo un detalle extraordinario: hacerse presente de un modo misterioso, pero real; de un modo que no se podía percibir por los sentidos, pero se percibía. Allí estaba él. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí. (…) Y no podía caberme la menor duda de que era Él, puesto que le percibía, aunque sin sensaciones. ¿Cómo es esto posible? Yo no lo sé”.

(García Morente, “El hecho extraordinario”)

Se llama Juan, responsable de mantenimiento de un gran hotel, gran esposo y mejor padre, murió después de una larga enfermedad. Cuando lo asistía, delante de su esposa me dijo: “Me muero y estoy contento porque ya se por que muero. Esta tarde voy a llamar a mis cuatro hijos y les diré, va por ustedes”.

Se llama Antonio, estupendo ebanista, gran esposo y mejor padre, murió después de una larga enfermedad, cuando lo asistía, delante de su esposa me dijo: “Siéntese en la cama, –me dio la mano, y en baja voz me miro y continuo- estoy preparado, estoy tranquilo”.

Se llama Pachi, empresario, gran esposo y mejor padre, murió después de una larga enfermedad, por el testimonio de una de sus hijas sabemos que, antes de morir, dijo: “No quería aceptar este momento, me he negado a morirme, pero se que el lugar que me tienen preparado Serra un lugar de descanso y de paz”.

¡Qué puedo decir a esta ciudad, vieja y nueva a un tiempo! ¡Qué puedo pregonar a la ciudad de Aguere religiosa y agnóstica, creyente e incoherente, contemplativa y activa, silenciosa y ruidosa, reflexiva y espontánea, serena y vitalista!

¡Qué decir, como palabra anunciadora, como palabra pregonada, que sepa a verdad, porque antes ha sido pasada por mi corazón!

He recorrido las calles, nuevamente. Son ya 48 anos caminándolas. Calles silenciosas ellas, recatadas, desiertas. He hecho camino intentando descifrar el misterio de pisadas en calles que se encaminaban a viejos templos, mudos testigos de tesoros que los habitan; pisadas que se encaminaban a casas solariegas donde la cotidianidad familiar presentía la presencia de un Dios padre, cercano y cuya delicia es estar con los hijos de los hombres; pisadas que se encaminaban a centros de cultura donde la razón se abría, no sin asombro, a los campos inéditos de la fe en un apasionado dialogo en el hombre mismo, que se vive, y en el mismo acto se abre a Dios, que se revela dando plenitud de vida y de sentido.

Y me digo: Tengo que pregonar y no puedo pregonar otra cosa que la certeza de una presencia.

Si, la misma certeza de García Morente, profesor agnóstico y decano de la facultad de filosofía de la Universidad Central de Madrid en los años de la guerra del 36. Si la misma certeza de estos amigos, cuyo testimonio quiero pregonar, que han muerto en el espacio de estos cuatro últimos meses.

La esperanza es reconocer la certeza del futuro, que nace de una Presencia. Es la certeza del presente, de la existencia de un significado en el presente, lo que da lugar, con el tiempo, a una certeza sobre el futuro. La fe es la afirmación de que hay una Presencia grande; y la esperanza es la afirmación de que tiene solución el deseo, que esta determinado por las necesidades del corazón. Un encuentro despierta, solicita, incita las exigencias del corazón, porque cuando vivimos un afecto verdadero, construimos algo grande en nuestro ámbito profesional, contribuimos al bien social…, percibimos que existe la verdad, el bien, la eternidad.

Un hombre lleno de escepticismo, testigo de las grandes revoluciones y utopías del recién clausurado siglo XX, escribe en el ocaso de su vida:

“Hay días en que me levanto con una esperanza demencial, momentos en los que siento que las posibilidades de una vida más humana están al alcance de nuestras manos. Les pido ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre. Todos, una y otra vez, nos doblegamos. Pero hay algo que no falla y es la convicción de que –únicamente- los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la condición humana”, escribía Sábato.

Juan Pablo II gritó en el Gólgota del siglo XX, Auschwitz: “La Iglesia cree en el hombre”.

La Semana Santa de la Ciudad de La Laguna se fundamenta en una certeza:

Jesucristo, muerto y resucitado, esta entre nosotros con la frescura del primer DIA. La Semana Santa de La Laguna es la historia que ha llegado hasta nosotros con la misma frescura que la noche de Navidad primera, cuando el Hijo de Dios lloraba en la carne de un Niño recién nacido. No es algo que haya gastado el tiempo, porque el amor de Dios no lo gasta el tiempo, porque Dios es fiel y su gracia, su verdad, su misericordia y su elección permanecen para siempre.

Cuando comience la Semana Santa podremos gritarlo de nuevo al mundo.

Este es nuestro mejor pregón, ahora contenido: anunciar a todas las personas que hay una esperanza para la vida, que hay una posibilidad de construir un mundo verdadero, que nadie tiene el poder de destruirnos definitivamente porque no tiene el poder de destruir el amor con que Dios nos ama, que es más poderoso que el mal del mundo. “El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria” (Sábato, “La resistencia”).

“Esta es la victoria que vence al mundo”, nuestra fe. Y es que Cristo es contemporáneo de cada uno de nosotros.

Dice el Señor Dios: “Yo soy el alfa y la omega, el que es, el que viene, el Todopoderoso…

No temas, yo soy el primero y el ultimo, estuve muerto pero vivo…”

Siempre Él a nuestro lado, camina con nosotros; se interesa por lo que nos sucede:

¿De qué hablan; qué conversaciones les ocupan y preocupan? Fue la pregunta a los discípulos que huyan de Jerusalén a Emaus. Parece que, como el gran Whitman, Jesús mismo nos susurra a los oídos del corazón: “…ni yo ni nadie puede andar por ti ese camino, debes andarlo por ti mismo. No está lejos; está a tu alcance, tal vez has estado en él desde que naciste sin saberlo, tal vez está por todas partes, en el mar y en la tierra. Échate el hatillo al hombro, yo me echaré el mío y apresurémonos, porque emprendida la marcha nunca más descansaremos. Esta mañana, antes del alba, subí a una colina y contemplé el cielo poblado de estrellas. Y dije a mi espíritu: Cuando abarquemos esos mundos y el goce y el conocimiento que encierran, ¿estaremos por fin llenos y satisfechos? Y mi espíritu dijo: No, alcanzamos esas alturas para pasar y continuar adelante. Por más que mires… existe un espacio sin límites más allá…existe un tiempo sin límites antes y después. Sé que me ha tocado en suerte el mejor de los tiempos y de los espacios”.

Un anciano, Juan, visionario y sonador escribió: “vi. un cielo nuevo y una tierra nueva…y la nueva Jerusalén engalanada como una novia. Él pondrá su morada entre ellos… Él enjugará las lágrimas de sus ojos; y no habrá muerte, ni llanto, ni gritos, ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Ap. 21, 1-5).

Hace unos años, desde Mozambique me escribieron: “Es urgente inventar nuevos atajos, encender nuevas antorchas y descubrir nuevos horizontes. Es urgente romper el silencio, abrir sendas al viento y, paso a paso, habitar otras noches pobladas de luciérnagas. Es urgente izar nuevos versos, escalar nuevas metáforas y traer esperanzas reprimidas por la angustia. Es urgente partir sin miedo, sin miedo y sin demora, hacia donde nacen los sueños. Buscar nuevas artes de esculpir la vida”.

¡Cuánto necesitamos hoy, pienso, presbíteros inquietos, apasionados, pero no deslumbrados por este mundo!

Cristianos y cristianas, hermandades animosas, pero no falsamente entusiasmadas, de Cristo creyentes, pero no religiosamente ausentes. Pareciera que todo envejece.

Nos falta experiencia para hacer propuestas a este mundo que autolimita su razón y la autocomprensión del misterio.

La primera victoria sobre el mal es no renunciar a la razón en su apertura total a la realidad.

Para perseverar en esa pregunta sobre el por qué de las cosas, necesitamos algo que sostenga nuestra búsqueda. ¿Qué es? María Zambrano decía que el hombre necesita de presencias para conocer la verdad. Si no queremos acabar siendo meros objetos de poder, sino hombres y mujeres libres, necesitamos encontrar una presencia humana que, de hecho, avive nuestra razón ante el enigma de la realidad con todos sus interrogantes, incluyendo el grito de lo eterno que atraviesa el instante efímero. Ni siquiera nos basta un discurso correcto –científico, filosófico, religioso-. Necesitamos una presencia.

Decía sabiamente Eugenio Montale que “un imprevisto es la única esperanza”.

Cualquiera de nosotros puede encontrar esa presencia de forma imprevista y, de repente, vuelve a encenderse la esperanza en su corazón. Los hombres y las mujeres se encontraron axial con Jesucristo en la Historia y sigue siendo posible encontrarlo axial. Dejar abierta esta posibilidad es la gran categoría de la razón.

Y, sin embargo, cuando solo miramos nuestras fuerzas, la sensación de no poder llegar a todo nos angustia. Se extiende por doquier la tentación de Moisés: “No me creerán; no se hablar, no escucharan mi voz” (Ex. 4). Pero, como El, una y otra vez, yendo y viniendo de la tienda del encuentro, sabiendo que la nube del Misterio inefable nos circunda, evangelizaremos a “pie enjuto”. Provocaremos encuentros, sugeriremos caminos, allanaremos sendas, para que el tiempo de Dios sea el tiempo del hombre, para que el tiempo del hombre sea el tiempo de Dios. De persona a persona.

¡Y esto quiero pregonar!

Quiero pregonar una presencia, una presencia presentida en todos los que son protagonistas de esta Semana Grande Lagunera.

Probablemente Dios no existe, reza la publicidad atea de algunos autobuses europeos. Eso pensaban ateos y agnósticos como Chesterton y Dostoievski, Sábato y Francis Collins, Tatiana Goricheva y C.S. Lewis, Andre Frossard y Edith Stein, Mesori y Narciso Yepes. Hasta que pasaron de esa opinión a la certeza de la existencia de Dios.

Ese misterioso salto no lo dieron en medio de una vida fácil, sino en las circunstancias dramáticas de quienes han sufrido en sus carnes la persecución, la cárcel o una guerra.

Y todo, porque el Misterio decidió entrar en la Historia del hombre con una historia idéntica a la de cualquier hombre: entro de forma imperceptible, sin que nadie pudiera observarlo o registrarlo. En un momento determinado se presento y, para quien se encontró con El, fue el instante más grande de su vida y de toda su historia. Y, ¡como deseo que esto ocurra en el corazón de la sociedad plural! La propuesta cristiana vive, apasionadamente, para que sean más los que conozcan a Aquel que es la irresistible verdad, la incomparable felicidad y el que se revela con un secreto halito de belleza, de bondad, de cercanía, de coloquio, ante el cual somos invitados a rendirnos.

“El hombre jamás deja de buscar: tanto cuando se ve afectado por el drama de la violencia, o marcado por la soledad y el sinsentido, como cuando vive en la serenidad y la alegría, sigue buscando. La única respuesta que pueda saciarle apaciguando su búsqueda le viene del encuentro con Aquel que es la fuente de su ser y de su obrar. El camino es Cristo. El es el camino y la verdad y la vida, que alcanza a la persona en su existencia cotidiana. El descubrimiento de este camino sucede normalmente gracias a la mediación de otros seres humanos. El cristianismo, antes que ser un conjunto de doctrinas o de reglas para la salvación, es, pues, el acontecimiento de un encuentro”. (Juan Pablo II)

“El Dios de la Biblia es también el Dios del genoma, -afirma Francis Collins-, se le puede adorar en la catedral o en el laboratorio, porque su creación es majestuosa, sobrecogedora, complejísima y bella, y no puede estar en guerra consigo misma. Sólo nosotros, humanos imperfectos, podemos iniciar tales batallas. Y sólo nosotros podemos terminarlas”.

A ti, ciudad de Aguere, quiero decirte en esta noche, tal vez como viento suave que se cuela por las rendijas de tus ventanas o, incluso, como viento impetuoso que rompe los cristales de la casa. ¡El Señor esta! ¡Vive en estos días, La Laguna, el don de su presencia en la entrega en muerte y en la entrega en vida! Haz vibrar tus entrañas maternales, ciudad de Anchieta, para vivir estos días en una comunión de vidas y sentimientos con Aquel que te quiere regalar vida y gracia.

¡Mantengámonos juntos! ¡No! Mejor. ¡Unidos! Para que no se nos escape ningún gesto, ningún signo, ningún detalle de esta Presencia presentida que nos convoca; para que, compartiendo a la luz de la casa habitable, el cariño y la amistad y la fe, podamos contar, como narración salvífica, como ha ocurrido el encuentro con el Amor de los Amores de nuestro corazón y vivamos en la Certeza de que estamos de suerte porque somos amados.

Y termino con palabras de poeta:

Con tu mirada tibia

alguien que no eres tú me está mirando: siento

confundido en el tuyo otro amor indecible.

Alguien me quiere en tus “te quiero”, alguien

acaricia mi vida con tus manos y pone

en cada beso tuyo su latido.

Alguien que está fuera del tiempo, siempre

detrás del invisible umbral del aire.

(Poema Esposa, de Miguel d’ Ors)

 

Daniel Padilla Piñero