Sr. D. Eduardo Doménech Martínez

Pocas situaciones hay en la vida que a uno le conmuevan verdaderamente. Sin duda, el nacimiento de los hijos, o la pérdida de las personas que más hemos querido. Quizá en otro plano, también los pequeños hitos que alcanzamos en el día a día son especialmente reconfortantes, porque suponen un reconocimiento o un progreso personal que nos edifican.

Este, señoras y señores, es uno de esos momentos conmovedores. Es un honor para el rector de la Universidad de La Laguna que le propongan la lectura del pregón de las Fiestas del Cristo de la ciudad de La Laguna, la ciudad en la que se inserta la universidad que dirige, el contexto geográfico en el que miles de estudiantes año tras año aprenden a convertirse en mejores ciudadanos, el entorno donde nuestros jóvenes ofrecen todas sus capacidades para formarse como futuros profesionales.

Esta es La Laguna, la ciudad universitaria por excelencia de este archipiélago. El lugar en el que miles de universitarios se asumen como vecinos del municipio y no quieran marcharse de aquí, y que invita a los estudiantes europeos a cambiar su hoja de ruta y estar con nosotros

un año más.

La ciudad de La Laguna representa para nuestro alumnado el lugar donde llegó la madurez, la consolidación de la personalidad, el crecimiento personal, las vivencias irrepetibles. Es, pues, el contexto natural de crecimiento del centro académico, una institución bicente naria que no se entendería sin su ciudad, que la acompaña y acoge. La Laguna es probablemente la ciudad de Canarias que más ha contribuido a que los universitarios de todas las islas, que han convivido aquí, se sientan canarios y desechen los argumentos que alimentan los pleitos insulares.

Pero La Laguna es también ciudad de ciencia e innovación. Es cuna del conocimiento, del avance científico, del trabajo duro y callado de cientos de nuestros investigadores, es el lugar donde se origina buena parte del progreso científico, social y cultural de nuestra sociedad canaria.

Por tanto, imagínense ustedes lo que supone este pregón para la institución universitaria y para mí mismo como rector. Se trata de un honor pocas veces repetido y confío estar a la altura de los ilustres pregoneros que me han precedido.

Soy plenamente consciente de la importancia de las Fiestas del Cristo para esta ciudad, a la que acude mucha gente de otros municipios para disfrutar estos días de sus conciertos, de sus calles, del ambiente festivo y, cómo no, de la obligada visita al Cristo de La Laguna.

Para aquellas personas creyentes, esta talla tiene un significado especial, como pieza devocional a la que muchos se han encomendado en momentos de zozobra, para buscar auxilio y consuelo. Su importancia religiosa queda ejemplificada a diario, con el enorme número de visitas que recibe, lo que la convierte en una de las imágenes más reverenciadas de nuestro archipiélago.

Pero consideraciones religiosas al margen, el Cristo de La Laguna, entendido como una pieza de primer orden en nuestro patrimonio histórico artístico, es un testigo de excepción de la historia de Canarias, que nos habla de nuestro pasado cosmopolita y abierto al mar.

Durante muchos años, su datación y autoría fue todo un misterio, situándola algunas versiones en Sevilla. Sin embargo, gracias a las investigaciones del profesor Francisco Galante, catedrático de Historia del Arte de nuestra universidad, en 2005 quedó estipulado que se trata de una talla de origen flamenco y su autor era, probablemente, el belga Louis Van Der Vule, de quien esta es la única obra conocida. Es, por tanto, una excelente pieza de estilo gótico tardío que, además, supone la pieza flamenca más importante existente en Canarias.

Su llegada a La Laguna está íntimamente ligada a la propia historia de la ciudad, pues se cree que fue adquirida por el propio Adelantado Alonso Fernández de Lugo en torno a 1520, es decir, apenas veinticinco años después de la propia fundación de la bella localidad que hoy nos acoge.

Otras versiones señalan que la escultura no fue una adquisición directa del Adelantado, sino un regalo que le hizo del sexto duque de Medinasidonia, traído directamente desde una ermita de Sanlúcar de Barrameda, tras haber pasado previamente, y que sepamos, por Barcelona, y Venecia.

En cualquiera de los casos, la vinculación directa con Fernández de Lugo, fundador de La Laguna, es clara, por lo que es certero afirmar que nuestro querido Cristo ha permanecido aquí, en esta ciudad, desde sus orígenes, durante la friolera de casi 500 años.

Esta escultura de origen centroeuropeo es, además, una metáfora de la propia población local. Los canarios son hijos del mar, llegados de las más variadas costas, cuyos orígenes se remontan a los más diversos lugares de África, Europa o América; somos puro atlantismo.

La escultura del Cristo es, por seguir con la metáfora, otro de esos inmigrantes europeos que arribaron a nuestros puertos, se quedaron en estas tierras y, quinientos años después, ha perpetuado su legado entre nosotros. Por tanto, también simboliza la acogida y la bienvenida, para quienes como yo dejaron su tierra de origen para echar raíces en esta “isla desconocida” que diría, el también hijo adoptivo de Canarias, José Saramago.

Pero si algo representa nuestro devocionado Cristo de La Laguna, en su inspiración original y para el momento actual, es sufrimiento y quebranto. Un ser profundamente humano maltrata - do por los poderosos de su época, en expresión doliente de la injusticia política y social.

Toda imagen del alcance simbólico de nuestro Cristo manifiesta las notas distintivas de la colectividad que la venera, y si hay algo que nos define en la actualidad es la pasión. Pasión en lo económico, en lo social, pero también, y creo que lo más grave, en lo ético.

Puede que algunos hayan sucumbido ante la idea de que los especuladores han impuesto su ley, que la avaricia de los mercados han frustrado los proyectos colectivos; yo, sin embargo, me resisto a pensar en clave de frustración. Por eso debemos actualizar la dimensión profética de este Cristo maltratado y denunciar en voz alta que la etapa en la que nos encontramos, si por algo se caracteriza es por una actitud amnésica hacia los desvaríos irresponsables del sector financiero, a la vez que se mantiene una obsesión implacable por la deuda del sector público. Creo que, aun no siendo economista, lo razonable, y, por qué no decirlo, lo justo sería que quienes en época de bonanza ganaron más, ahora en época de déficit aporten más; contribuyendo con ello a que no sea la ciudadanía en general quien tenga que asumir el coste total de la crisis.

Y si hay un colectivo que está sufriendo los efectos devastadores de esta crisis es precisamente la juventud. Los datos sangrantes de desempleo y pobreza que afectan a la población juvenil son abrumadores, pero lo peor de todo es que esta situación está generando una juventud desorientada y desesperanzada. ¡Pobre sociedad aquella en la que su juventud malvive sin esperanza!

Como ya dije en otra intervención pública, me resisto a pensar que hayamos sido los adultos los culpables de haber armado la trampa infame, la ratonera en la que viven atrapados tantos jóvenes dolorosamente lúcidos. Y me resisto a tener que asumir que la única opción que le queda a nuestra juventud para sobreponerse de esta situación es tener que coger la maleta intelectual y salir de nuestra tierra. Esa maleta, como diría nuestro ilustre poeta Pedro Lezcano, “grande, de madera: la que mi abuelo se llevó a La Habana, mi padre a Venezuela”

Por eso en estos tiempos de dificultades e inclemencias socioeconómicas habría que recordar lo enunciado por Martin Luther King quien en uno de sus famosos discursos afirmó: “Cuando mi sufrimiento aumentó, me di cuenta de que sólo habían dos maneras de afrontar la situación: reaccionar con amargura o transformar este sufrimiento en una fuerza creativa. Y elegí este último camino”.

La imagen de nuestro Cristo nos invita precisamente a superar la tragedia social que estamos viviendo a través de esfuerzos creativos, tanto en lo personal como en lo colectivo, que nos ayuden a hallar la salida del laberinto del Minotauro de la crisis que nos encarcela, e imaginar y construir mejores alternativas. Porque los seres humanos, a través de esa maravillosa cualidad creativa que nos define, siempre podremos rehacer, revisar, reinventar, recrear, reparar, reaprender, reconstruir, reorientarnos para tomar mejores rutas con las que alcanzar nuestra “Ítaca eutópica”.

Me van a permitir que, desde mi condición de rector de la universidad lagunera, centre la intervención en la relación universidad y ciudad, en sus orígenes, su desarrollo y sus visos de futuro.

Como podemos deducir al pasear por las calles del casco antiguo de la ciudad, abundante en iglesias y arquitectura conventual, la importancia de las órdenes religiosas en la historia de la ciudad es evidente.

Ya desde el siglo XVI, la orden religiosa dominica promovió lo que podríamos entender el primer antecedente, algo lejano, de lo que sería una universidad, mediante la creación de cátedras sobre Filosofía o Gramática Latina, que se desarrollaron en torno al convento de la Concepción de La Laguna. A principios del siglo XVII se añadiría una tercera cátedra, en Teología, y a lo largo de esta centuria llegaría a tener hasta seis cátedras.

Pero a la influencia dominica en la educación habría que añadirle, a partir del siglo XVII, la de los agustinos, quienes, a partir de 1635, para instaurar sus estudios contaron con el inestimable patrocinio de Tomás de Nava y Grimón, primer Marqués de Villanueva del Prado. Su hijo, Alonso, el segundo marqués, persistiría en este apoyo.

Pero el primer precedente verdaderamente relevante de la universidad en esta ciudad lo hallamos recién comenzado el siglo XVIII, cuando en 1701 el papa Clemente XI concedía el permiso para crear una universidad en La Laguna, que tendría como sede el convento agustino del Espíritu Santo, y estaría centrada en estudios de Filosofía y Teología, Escolástica y Moral. Sin embargo, pese a la existencia de este documento, la universidad experimentó una serie de demoras e incluso intentos por parte del cabildo catedral de Canarias, ubicado en Las Palmas, de que la universidad se abriera en la capital grancanaria. Finalmente, en 1744 se abriría por fin en La Laguna la Universidad de San Agustín, la primera de Canarias, que impartió Filosofía, Teología, Leyes y Medicina.

Sin embargo, la pugna entre órdenes religiosas que se había dado desde hacía décadas cobró especial relevancia, y determinó el cierre de esta novísima universidad. La razón fue la solicitud, por parte de los dominicos, de que se revisara el expediente de creación de la nueva institución académica, lo cual desencadenó que en 1747, apenas tres años después de su apertura, el rey Fernando VI ordenara su supresión.

El segundo intento de instaurar una universidad en la ciudad de Los Adelantados se produjo en 1792, en virtud a un Real Decreto de Carlos IV con fecha de 11 de marzo, el cual ordenaba la creación, en la entonces capital de la isla de Tenerife, de la primera Universidad Literaria del archipiélago canario. Y si bien hubo nuevamente demoras e interrupciones que frenaron su instauración, debemos decir que en esta ocasión el proceso sí tuvo éxito y, de hecho, podemos considerar este suceso como el inicio de lo que, dos siglos después, es la Universidad de La Laguna. Es precisamente esta efeméride la razón por la que nuestro centro académico celebra cada 11 de marzo su Solemne Día Institucional, para remarcar el aniversario de su fundación, hace 221 años.

La apertura de la nueva universidad tuvo que esperar a la restauración borbónica, tras la Guerra de Independencia contra Francia y la deposición del trono de José Bonaparte. Fernando VII, de nuevo rey de España, dictó en 1816 un nuevo Real Decreto que establece nuevamente en La Laguna una institución académica que pasaría a llamarse Universidad de San Fernando.

Ello explica que el escudo heráldico de nuestra institución sea, precisamente, la figura del Rey Fernando III “el Santo”, rey de Castilla y León entre 1217 y 1252, acompañado por la inscripción latina “Universitas Canariarum”, es decir, “Universidad de Canarias”.

Como se suele decir, el resto es historia. No una historia relajada y estable, pues la universidad cerraría nuevamente en 1845 y no volvería a abrir hasta 1913 de manera parcial y, ya definitivamente y renombrada como Universidad de La Laguna, en 1927, año a partir del cual hemos permanecido abiertos.

He de reconocer sin embargo que, si bien universidad y ciudad han estado siempre íntimamen - te ligadas, ha habido épocas –y no hay que remontarse mucho en el tiempo- en las que esto no ha sido así.

Sin que se tratara de un divorcio en toda regla, sí es cierto que ha existido, en algún momento, algo de lejanía y de incomprensión, lo que motivó, como denuncié hace años, que la ULL se convirtiese en “una isla dentro de otra isla”.

Las diferencias políticas y posiblemente los juicios estereotipados de una y otra parte no favorecieron el buen entendimiento que debe primar entre instituciones dedicadas al servicio público como son las nuestras.

Hecho este inciso, también he de reconocer que en el momento que nos toca vivir la relación municipio y universidad experimenta momentos muy satisfactorios de encuentro y de siner - gia. Hemos sabido entendernos y cooperar juntos, y muestras palpables hay de ello en ambas direcciones.

La universidad ha participado activamente en los últimos años en los foros ciudadanos convocados por el ayuntamiento, hemos firmado multitud de convenios de cooperación en distintas facetas institucionales y muchos de nuestros profesores asesoran y colaboran con el ayuntamiento en calidad de expertos para hacer crecer esta Ciudad de los Adelantados.

Es especialmente relevante, desde mi punto de vista, el empuje que hemos dado a la participación social y ciudadana, al fomento de la creatividad social, en aras de lograr un municipio innovador, pujante, dinámico, como corresponde a una verdadera ciudad universitaria.

Ya lo he dicho en varias ocasiones: si alguna revolución habrá en el siglo XXI será una revolución social, de las personas, de la búsqueda de la propia identidad, de la necesidad de reconstruir nuestros orígenes y a nosotros mismos, de la indagación sobre nuestro papel como actores sociales en un escenario global. En ese camino está, sin lugar a dudas, la ciudad de La Laguna.

Además, la ciudad ostenta la Medalla de Oro de la Universidad de La Laguna, una de las máximas distinciones del centro universitario para honrar así a personas e instituciones verdaderamente relevantes para esta casa de estudios. Y este ayuntamiento, en justa correspondencia, tuvo a bien rotular con el nombre de muchos de nuestros rectores varias calles de su municipio.

Desde una perspectiva analógica representamos a la Universidad de La Laguna como el corazón de la Ciudad del Adelantado porque nuestra universidad bombea la sangre económica, social y cultural de nuestra ciudad, en su doble movimiento de sístole, constriñéndose y dejándose impregnar de la sangre que le aporta su entorno, y de diástole, impulsando hacia todo el organismo el flujo de vida con el que oxigenarlo.

Corazón en su doble vertiente metafórica, la biológica, pero también la emocional. Porque como interrogué en mis discurso de apertura del año pasado ¿se imaginan a La Laguna sin su universidad? Los edificios universitarios vacíos: aulas sin alumnado aprendiendo y profesorado enseñando, laboratorios sin investigadores, secretarías sin personal de administración y servicios; como si de un pueblo fantasma se tratase. ¿Cómo sería la vida social con esta ausencia? ¿Qué impacto tendría en nuestro municipio S. Cristóbal de La Laguna? ¿En su actividad económica, en su urbanismo, en la convivencia ciudadana?

Esta visión apocalíptica de una Ciudad del Adelantado sin su universidad, no sólo conmovería a los universitarios, creo que a cualquier lagunero le suscitaría, al menos, una reacción emocio - nal negativa y una posición de rechazo, porque es impensable para esta ciudad la desaparición de la ULL.

Sí, somos corazón de La Laguna, pero también estamos llamados a ser cerebro de nuestro municipio. Cerebro que aporta conocimiento, inteligencia y creatividad. Conocimiento en cuanto oferta formativa que cualifique con calidad no sólo a nuestros jóvenes en búsqueda de su proyecto laboral, sino a cualquier ciudadano o ciudadana que necesite actualizar su currículum profesional o vital. Inteligencia para dinamizar una nueva economía basada en la inno - vación, y para planificar estratégicamente desde el punto de vista territorial la generación de focos científicos-tecnológicos que posibiliten la transferencia de conocimiento a las empresas y a la ciudadanía. Y creatividad, con la aspiración de constituir a nuestro municipio como Ciudad de la Creatividad Social a través de la promoción de iniciativas originales y valiosas en lo económico (por ejemplo, en el ámbito de la gastronomía), en lo social (por ejemplo, a través del fomento de la participación ciudadana) y en lo cultural (por ejemplo, en la puesta en valor de nuestra condición de Ciudad Patrimonio de la Humanidad)

A mí no me cabe la menor duda: este ayuntamiento, con su alcalde a la cabeza, se ha implicado con los problemas de la universidad, la ayuda y se preocupa por ella y por su futuro. Muestra de ello es que está liderando conjuntamente con este rector las negociaciones con el Cabildo de Tenerife y el Gobierno de Canarias para que cuanto antes se formalice la creación del Parque Científico Tecnológico en los terrenos universitarios del antiguo Hogar Gomero. Hito clave para el municipio y para la universidad que empieza a tener visos de hacerse efectivo, después de un retraso poco justificable.

Y es que, en cierto sentido, nuestro objetivo es idéntico: el desarrollo social, económico y cultural de nuestro entorno, que, en el caso de la corporación se circunscribe a un contexto territorial determinado, mientras que en el del centro académico tiene quizá un sentido más universal, sin que por ello se olvide de su necesaria y pertinente implicación con lo local.

La aportación más visible de la universidad al municipio es, en primer término, territorial, ya que nuestro crecimiento ha sido posible gracias a la ocupación de parcelas, de tal modo que la cantidad de miles metros cuadrados de esta ciudad dedicados a espacios universitarios es más que notable.

Otra aportación es, sin duda, la propia comunidad universitaria y, en especial, el alumnado. Aunque muchos de los integrantes del colectivo estudiantil son residentes o nacidos en la propia Laguna, muchos otros vienen de otros municipios, islas y provincias, y ello genera una energía humana que es más que evidente paseando cualquier día de curso por sus calles.

El hecho de que el casco urbano de La Laguna sea relativamente pequeño ha posibilitado que se genere un genuino ambiente de ciudad universitaria, algo de lo que pocas poblaciones pue den presumir. Así, se da la paradoja de que una de las ciudades más antiguas de Canarias es, al mismo tiempo, una de las más joviales, gracias a la inyección de ganas de vivir que aportan los jóvenes estudiantes.

La existencia de una comunidad universitaria trasforma inevitablemente la vida de un municipio y afecta a muchos ámbitos, como la hostelería, el ocio nocturno, las actividades musicales y culturales en general, y la proliferación de librerías y otros negocios claramente focalizados en los universitarios. En suma: ambos mundos, el universitario y el vecinal, se retroalimentan, se complementan y conviven armónicamente porque, en cierta medida, dependen mutuamen - te uno del otro.

Y ahora, tras esta visión retrospectiva y de actualidad del binomio ciudad-universidad, toca elevar la mirada y dirigirla al horizonte.

Las instituciones, igual que los individuos, en su trayectoria vital pueden plantearse su crecimiento desde tres perspectivas distintas a la vez que complementarias. La primera dirección implicaría una mirada hacia el pasado que ayude a asumir las luces y las sombras de la crónica biográfica. La segunda, que está relacionada con el presente, supone garantizar el adecuado ajuste a las condiciones actuales de la propia existencia. Y la tercera, en la que centraré mis palabras finales, conllevaría la proyección más allá del momento vital inmediato, desde la elaboración anticipada del futuro. Ninguno de estos modos de construir la identidad, sea de un individuo o de una institución, es excluyente del resto, ya que somos historia, actualidad y proyecto, sin renunciar a ninguna de estas realidades substanciales.

Pues eso, ahora tocaría mirar hacia delante y coger la espalda a la crisis, utilizando la expresión futbolística, para trazar el lienzo en el que convertir el porvenir en un “por hacer”, asumiendo que es la posición de las velas, y no el viento, la que determina la dirección hacia dónde vamos y que, parafraseando a Séneca cuando sabemos a qué puerto nos dirigimos todos los vientos son favorables.

Cierto, como nos indicaron los líderes del lobby europeo de la ciencia “Atomium Culture” el futuro es una prioridad, pero la construcción de éste no puede surgir del egoísmo individual ni de los intereses particulares de unos pocos, sino que hay que hacerlo JUNTOS.

Lo he expresado dentro de mi universidad y también con motivo de la presentación del Pacto por Tenerife para Canarias, promovido por los líderes insulares de los tres partidos mayoritarios, uno de ellos nuestro alcalde, se trata de poner en práctica el discurso de lo que la actual sociobiología ha llamado EUSOCIALIDAD, o lo que es lo mismo “Juntarnos para promover el bien social”. Porque como planteaba la prestigiosa bióloga evolucionista Lynn Margulis, a partir de los sus estudios sobre las primeras bacterias que habitaron la Tierra, es la cooperación y no la competencia la responsable de la evolución.

Somos parte de un todo. Ese es el sentido esencial de la vida del ser humano: “ser con”, por lo que debemos comprendernos necesarios para la existencia de los demás y asumir que la presencia de los otros es condición para la supervivencia individual.

Por eso es necesario desplegar nuestra capacidad para pactar porque es más que evidente que no hay una realidad única y que el mismo suceso puede mirarse desde muy diversas perspectivas y, por tanto, interpretarse de formas muy diferentes. Citando a Antonio Machado: “¿Tu verdad? No. La Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela”

Así que, y para concluir, sólo nos resta desear, anhelar con espíritu positivo y proactivo un futuro mejor; y esto me recuerda una antigua leyenda hebrea que me he permitido versionar para adaptarla a la conmemoración que hoy pregonamos. Y dice así:

En el siglo XVII corría el rumor que un anciano perteneciente a la Esclavitud del Santísimo Cristo de La Laguna que lo custodiaba era muy conocido dentro de su comunidad porque todos decían que era un hombre tan piadoso, tan bondadoso y tan puro que la imagen escuchaba sus palabras cuando el hablaba. Por lo que se creó una tradición: todos los que tenían un deseo insatisfecho o necesitaban algo que no habían podido conseguir, iban a ver al anciano. El se reunía en la ermita con ellos, una vez por año, en el día del Santísimo Cristo, y entonaba una oración en voz muy baja, como si fuera para sí mismo.

Y dicen… Que al Cristo le gustaban tanto aquellas palabras y amaba tanto aquella reunión de gente… que no podía resistirse a su petición y concedía los deseos de todas las personas que allí estaban.

Cuando el anciano murió la gente se dio cuenta que nadie conocía las palabras de la oración que recitaba cuando iban todos juntos a pedir algo. Así que una vez al año, siguiendo la tradición que el anciano había instituido, todos los que tenían necesidades y deseos insatisfechos se reunían ante el Cristo y, como no conocían sus palabras, cantaban cualquier canción o recitaban un salmo, o sólo se miraban y hablaban de cualquier cosa en aquel mismo lugar.

Y dicen… Que al Cristo le gustaba tanto aquella gente reunida… que aunque nadie decía las palabras adecuadas, igualmente concedía los deseos a todos los que allí estaban.

Y aquí estamos nosotros. Tampoco sabemos cuáles son las palabras del anciano de la Esclavitud del Cristo. Sin embargo, hay algo que sí sabemos. Sabemos de nuestra capacidad para soñar y vivir nuestro sueño. De la oportunidad que se nos ofrece cada día para encontrarnos en la aventura de ser y de mejorarnos con los demás ejercitando nuestra libertad más responsable y manteniendo intacta nuestra esperanza. Sabemos que la acción debe seguir a la visión, o lo que es lo mismo que después de soñar hay que despertar para hacerlo realidad, porque ya pasó el tiempo de las promesas incumplidas, de los compromisos negados, de la justificación sobre el pretexto inventado; y porque responsabilidad significa dar la mejor respuesta, no cualquier respuesta, sino aquella que nace de la convicción profunda de nuestra alma y la coherencia con nuestros principios y valores.

Y yo creo que al Cristo le debe agradar tanto esto, asumiendo que nuestra existencia no es una vida en soledad sino una experiencia compartida con otros seres igualmente especiales y únicos; para que El, complacido, satisfaga cualquier necesidad y conceda cualquier deseo, a todos los que experimenten este momento y esa intención.

Yo siento en lo más profundo de mi corazón agradecido, por el honor que se me ha otorgado con la condición de pregonero, que así será. ¿Y ustedes?. En este inicio de las fiestas en honor al Santísimo Cristo de La Laguna ¡les invito a desear! Y también a disfrutar con todas las actividades festivas programadas.

Gracias por su atención.